Los 30 aullidos de Antonio Hernando

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Primero, excúseme el aludido y demás interesados. En lo relatado abajo, el amor hacia la persona y el hermanamiento psicológico y visceral que siento hacia él, son aquí tema aparte, a tratar mejor en privado. No soy crítico musical sino un músico bastante crítico. Crítico, además, en sus dos acepciones primeras. Con esto, también, trato de aprender. Y con amor, mejor.
Y seguimos.

Dijo que lo iba a hacer, y lo hizo.

Después de un puñado de años moviéndose por cielo y tierra y moviendo cielo y tierra con su rock desenfadado y ecléctico, Antonio Hernando muda de piel de nuevo y ahora luce más profundo, más brillante, más certero.

Los años de carretera enseñan, entre otras cosas, a saber conducir. A no correr, para no tener que usar demasiado el freno. Enseñan, entre otras cosas, a avanzar disfrutando el paisaje. Para saber de dónde viene, dónde busca y por qué ahí, hay que conocer a Petete, a él, a Antonio Hernando (doy fe de que sigue siendo el mismo).

Desde que lo conozco, no he dejado de aprender de él. Su capacidad de retención de datos no es nada comparada con su avidez de seguir aprendiendo, con su capacidad de entusiasmo ante los portentos varios que la vida nos va regalando, sea cual sea su naturaleza. La música y sus entresijos ha sido el plato favorito de este muchacho de Jaén, que desde muy joven colecciona en su memoria una muy valiosa enciclopedia musical, cinematográfica y literaria. Antonio tiene dentro de sí una historia de más de un siglo para contar, la historia de la música, la historia reciente a través de la música.

Y llegamos a estos «30 aullidos» donde, si tenemos en cuenta lo relatado arriba, nos es fácil transitar por esos lodos desde una primera escucha.

Con un argumento inspirado en la eterna noche y sus personajes, en los garitos donde el tiempo no transcurre pero nos resiente, en lo más oscuro del alma en horas muy cerradas e intempestivas, nos lleva de la mano por terrenos de cabaret y luz roja, por los ensueños etílicos de románticos e inconformistas. Sus referentes son demasiados, prefiero que decidan ustedes. Me siento obligado, eso sí, a nombrar a su mamá, Tom Waits.

Para ello se rodeó de la textura de Miguel Marcos de La Bizarrería, que ha sabido traducir en sonidos todo un mundo imaginado de la mejor manera, muy reconocible desde la perspectiva del autor. A mi juicio, en la producción hay un perfecto equilibrio entre la paleta de colores que plantea el artista, y la sapiencia de alguien que sabe música y conoce los terrenos en los que ésta se puede mover, sabiendo trabajar en profundo con el autor soplándole siempre hacia delante, sin virar su rumbo.

Cabe destacar aquí la magnífica colaboración de Ignaci Ruiz a los vientos (pieza fundamental del sonido final de muchas de las piezas) y el sello inconfundible en un par de canciones de Jairo Martín, excelente pianista, también excesivo creador y una genial persona.

Lo bonito para mí de todo esto, de ver un proceso creativo desde fuera, habiendo además formado parte de él en los buenos viejos tiempos, es ver y disfrutar a este artista con una búsqueda sincera y honesta en su mundo inmediato, en su historia particular y en su mirada hacia la historia de todos. Lejos de patrones y géneros, no importa hacia donde se incline la balanza, hace lo que le sale, lo que le hiere, lo que le mantiene vivo, tal como lo escucha. Sabe que llegará lejos, porque sabe que está por delante y por encima de los derroteros a los que los músicos y cantautores de nuestro tiempo acostumbramos. Esto es hacer, crear y no perder el brillo en la mirada. A los demás, suerte.

Que le acompañemos en el camino o no, es nuestra elección. Él la dirección la tiene muy clara, y yo también sé que el viaje será tan extenso como su sonrisa, la de Antonio Hernando, El Petete.
Y nosotros, todos, afortunados de verlo.

por Dani Fernán