Notas del programador de la Fídula.

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Peligroso oficio.
Sabido es que en toda profesión en mayor o menor medida pasa lo mismo, pero también tod@s gozamos del derecho fundamental de hablar de los gajes de la nuestra, alegando excesos de cargas y descargas.
Hablo aquí de la mía, no la de músico, que es la que conocéis y la que me hace sentirme vivo, querido y amigo. Hablo de esa parte de mi oficio diario, que consiste en mirar mi móvil (ése con el que también hablo con mi madre, con algunos amigos y algunas amigas, con el que gestiono gran parte de lo práctico y lo sentimental de mis días), y revisar mails y mensajes de artistas (compañeros y compañeras), algun@s conocid@s otros no, a decenas, solicitando un hueco en nuestra casa. Quién me lo iba a decir a mí, yo que ando también luchándola, haciendo lo mío, soy además el programador de La Fídula. Tremendo honor, y tremendo dilema para mí. Lo tomé como un reto.

Tonterías ninguna, esto es serio.

En todo esto, procuro apartar al músico que hay en mí cuando me enfrento a la agenda, procuro (y creo que consigo sin esfuerzo) que prevalezca en mí una mirada más objetiva hacia el trabajo (guión) talento (guión) carrera de un/a artista. Una sala es una cosa muy seria, de pies en el suelo, y el arte y la literatura consiste justo en todo lo contrario. Desgraciadamente. Las cuentas con el banco hay que sacarlas, claro está, pero no voy ahí, voy a las cuentas con la vida, voy al hecho de que este trabajo al que me refiero está exento de compañerismo, ha de ser así, por muchas razones, confío en que no es necesario extenderse aquí.
Sólo voy a incidir (y avanzo) en la idea de que La Canción es un trabajo, como cualquier otro, para el cuál además de estar preparado has de hacer currículum, y para el que además de hacer currículum hay que estar y perseverar y, sobre todo, saber el lugar en el que se está e ir paso a paso. Nadie va a una empresa a pedir explicaciones de por qué no se ha recibido respuesta, simplemente se estudia un poco más, se sigue mejorando “la empresa” que es uno o una, y se vuelve a enviar el currículum esperando tener un poco de suerte, aparte de todo lo demás que haya que tener (perdonen algún@s la obviedad de esta idea, este oficio me ha enseñado que aquí no hay obviedades, y es por si acaso).

Y dejando un momento a un lado La Fídula y mi cometido para con su agenda, tengo muchas compañeras y compañeros, gente preciosa con la que me he ido cruzando en todos estos años de Canciones, en el Libertad, en mis giras con Los Tres en Raya, en los Micros Abiertos, en la vida en general. A algun@s l@s admiro como artistas, a otr@s no (así sin vaselina mejor, ¿no?).
A tod@s l@s amo, a algun@s con más locura que a otr@s, pero a tod@s muchísimo, porque estos años entre las cuerdas darán para toda una vida, imborrables.
Yo soy cantautor, lo hago lo mejor que sé, doy siempre lo mejor de mí, como imagino que tú. Tengo dos discos de estudio publicados y dos ediciones de conciertos en directo, el primero con 28 años (¿tarde?), y todo con sus aciertos y sus errores. Antes de eso, giré con mis amigos Los Tres en Raya por todos los lugares a los que nos dejaron ir. Cuando escribíamos a las salas, a veces se morían porque fuéramos a tocar, y a veces ni siquiera respondían. Teníamos conquistado el Libertad, difícil tarea. Mucho antes, como en el Libertad “no me conocían” (normal, era normal, había que tener paciencia y crecer), estuve cerca de dos años frecuentando en solitario el escenario de una sala que había por la época, el Barcelona 8, todavía hoy pozo de muchas nostalgias. También tocaba con una banda en los mejores centros sociales y los mejores tugurios intempestivos. Y así, con paciencia, haciendo amig@s, insistiendo sin empujones, todo caminó.
(Hago saber aquí a l@s más jóvenes, que hace unos 5 años, en Madrid no existía un Micro Abierto en funcionamiento. Todo lo que se sabía de eso, eran intentos infructuosos en años anteriores. Fue, tod@s lo sabemos, Andrés Sudón quien un día hizo los martes del Libertad 8 un veneno al que tod@s fuimos poco a poco recurriendo, y aquí estamos, con una ruta de 4 Micros Abiertos deliciosos, y más que hay por ahí, llevados por gente con ganas de crecer y de ver crecer a l@s demás).

Y volviendo al “oficio” que me trae hasta aquí, ahí ya nos encontramos de todo. A grandes trazos, hay dos tipos de actitudes: los que saben en qué lugar están, y los que necesitan que alguien se lo explique.
No culpo a nadie, cada uno tiene derecho a hacer el camino como buenamente sabe o puede. Pero hablemos claro, de buen rollito, como compañer@s y profesionales.
Un escenario es una tribuna, la de alguien que tiene algo que decir a voz alzada. Eso implica responsabilidad, sobre todo para con un@ mism@. Quiero decir, el simple acto de subir a un escenario, un acto en sí mismo ya admirable y muy digno que nos eleva por unos minutos sobre l@s demás, debe llevar implícito una actitud humilde con lo que un@ ofrece, una actitud de responsabilidad para con la entrega, el tiempo, el silencio y el respeto del respetable, el cuál es inteligente (me niego a negarlo, por mi vida) y merece también un respeto por encima (siempre) del recibido.

Un Micro Abierto es una orgía, ahí todo vale, hay que probar.

Yo estoy hablando de hacer el amor. Y ahí es donde voy. Como músico, algun@s de mis amig@s saben que consiguen “hacer el amor” conmigo, porque yo se lo digo, porque ven cómo me ponen (hablo de mí, pero sabéis que aquí el yo también abarca al de ustedes). Eso, además, me hace más amigo aún, claro, hablamos y hablamos de lo suyo y lo mío y lo de tod@s. Otr@s no consiguen “hacérmelo”, no soy su público o lo que sea que tenga que ser, no entro ahí. La mayoría de ell@s, gente experimentada que entienden de qué va esto y qué lugar tiene lo que se propone artísticamente dentro del conjunto, saben que es así, que yo escucho otras cosas, y me quieren igual, entienden en qué lugar están. Algun@s, los menos, no. Se confunden, confunden todo.

Confunden al compañero con el amigo, al amigo con “la colabo”, un favor es moneda de cambio, un café un salvoconducto. Yo soy amigo, tomo café y chupitos y fumo sonriente con tod@s, soy cantautor, me gusta lo que hago, considero que está bastante bien pero que queda mucho camino, que ese camino lo estoy haciendo y me encanta y por eso estoy vivo. Sé que le puedo gustar más a un@s que a otr@s, tengo much@s amig@s que llenan salas enormes que me quieren y nos emborrachamos, pero yo sé el lugar que ocupo en todo esto, no confundo amistad con profesión, y no me enfado o me indigno en petit comité cuando en vez de invitarme a mí a cantar en sus directos, prefieren que cante alguien con la flor del twitter, el don del instagram, que en el fondo supone un impulso en su camino. Simplemente, perdón que me repita, entiendo ése lugar que ocupo y respeto el camino ajeno: los acato, los defiendo a muerte, el suyo y el mío, los llevo con orgullo. Es así, y después están los bares, los piquitos en la boca, el humo espeso de un amanecer cualquiera.

Es duro ser programador, siendo además uno entre much@s, compartiendo canciones. No me quejo, no es queja lo que me imprime este texto, sólo escribo un pensamiento largo y tendido en mí que tenía muchas ganas, desde hace tiempo, de compartir. Por mí, por La Fídula, por ti, por tod@s.

Hay tanta gente que me encantaría que viniera a tocar (me encantaría por La Fídula y en consecuencia por ell@s) y no viene, y no sé por qué, y trato de solucionarlo haciendo el camino, sin empujones. Chavalada, ¡¡a mí también me dan calabazas!!

Creo que tenemos que ser autocrític@s con nosotr@s mism@s, anteponer al ego el afán de aprender, tener siempre la certeza de que el camino no termina y que el único éxito real que tenemos es, en definitiva, disfrutar plenamente de Canción, carretera y humanidad en cada momento. Creo que estamos enferm@s de ego, hemos creado un fantasma que nos impide decirnos, claramente y sin rodeos, lo que nos puede enseñar.

Así que entenderán que ya como programador, y además compañero, es mucho más duro enfrentarse a la que debería ser una bella tarea como programar una sala tan preciosa como La Fídula. Me ha pasado de todo. Como músico digo. De repente, algún@s han cogido a Dani, al colega cantautor, y le han tomado del codo hablándole de trabajo. Porque es trabajo. Porque hay gente que come de esto. Y han puesto a ese cantautor entre la palabra y la pared, teniendo que evitar reseñar una opinión personal (mentir nunca, todo bandazo es bueno), porque va a doler. Va a doler, sí. Y más si la persona en cuestión se acerca con ojos de brillosa inocencia y un alarde de suficiencia de “mi mamá no se equivoca”, dejando claro que más dura aún va a ser la caída. He perdido “afinidades” porque no encontré un lugar concreto en mi agenda, y me pregunto si alguna de las que ahora tengo tiene como fin llegar al preciado escenario sagrado.

Yo, cuando programo, como cualquiera haría, me dedico a analizar todos los aspectos de l@s aspirantes. Empezando por la calidad del espectáculo, del que se valora también la trayectoria, o la proyección, o el carisma, además de lo estrictamente artístico y la dichosa demanda de público, final y sentido de todo. Se tiene siempre en cuenta este rasero para medir, dentro de las posibilidades, dejando a un lado cariños y brindis. Yo, desde mi posición de promotor de una sala, trato de dar oportunidad a tod@s l@s que creo que la merecen, que están preparad@s para ello, sin discriminar géneros musicales ni poéticos, sino simplemente anteponiendo el buenhacer de l@s artistas, la importancia puntual del evento concreto, la profesionalidad de los proyectos. Aquí (en la Canción) se valoran elementos como la verdad, la búsqueda, el carisma, el esfuerzo, el trabajo de artesanía, un talento desbordante, la honestidad o las ganas de trabajar por un mundo mejor. Con el plantel, puede que a veces me equivoque, puede que no. Es lo que tiene tener que decidir. En cuanto a mi proyecto musical, créanlo, quien me conoce sabe que me he preguntado cien veces y muy honestamente qué fecha o qué horario merezco yo (o no) en una sala, o en otra.

En fin, que nos debatimos entre si tenemos que ser nosotr@s los que le digamos a “Fulatin@” lo que tiene que mejorar o lo que está bien o si se parece demasiadísimo a tal artista; o si tenemos que callarnos, renunciar y asentir leve y torvamente, por conservar la sonrisa y el abrazo verdadero lo que nos quede de vida.

Yo, cuando hago la agenda de La Fídula, siento que debo olvidarme de todo. Debo pensar en mi niña, mi Fídula, en darle a su escenario lo mejor que encuentro, dentro del mejor horario que se me permita y que tenga disponible, entre tantísima artistada genial que tiene su lugar preferente en mi lista, que son la mayor suerte y representan nuestro éxito. Pienso de puertas para afuera, qué puedo ofrecer, a todos, habituales y foráneos. Es mi cometido, y debería ser el de cualquier programador, músico o no.

Aquí hay que valorar la calidad por encima de todo (vuelvo a remitirme al respeto hacia el respetable), y la calidad engloba, como en todo trabajo, muchos matices. Hay artistas veteran@s que tienen mucho bagaje, hay artistas jóvenes que tienen mucha proyección. Un@s me emocionan, otros no, un@s tocan en La Fídula, otros no, indistintamente, depende más de ell@s que de mí. Hay much@s artistas buenísim@s que me encantaría traer pero aún tienen que hacer público, y yo confío en que entiendan que hay salitas más pequeñas para eso. Y hay algun@s que directamente tienen que estudiar un poco más la profesión, y qué mejor que no dejar de venir a los Micros Abiertos, que no dejar de tener una actitud positiva pero crítica con un@ mism@ frente al aplauso adormecido del público.

Así que no olviden que cuando un/@ artista pide una fecha en una sala, está pidiendo trabajo (de la misma manera y en consecuencia, estimadísimo y a veces ruidoso público, un/a artista en el escenario está trabajando y merece un terreno a favor). Está queriendo ofrecer algo, algo para trabajar, y no estoy hablando de réditos económicos para todas las partes, porque eso en este mundo hay que darlo por supuesto, hablo de que ahí el/la artista está entrando en terrenos más serios. Está teniendo un lugar a su servicio, con un personal equis y un público equis que sostiene y da sentido al “ritual”. Con lo cuál, en definitiva, el/la que se ha preguntado tantas veces “qué cojones hago yo aquí” pero ha seguido insistiendo siguiendo una estrella sincera, vaga y confusa, no entiende (y yo entiendo que le moleste) el hecho de que haya tant@s que van a ciegas sin preguntarse, ell@s primeros a sí mism@s, a sus amig@s, a sus madres, a sus abuelas siquiera, qué cojones o qué coño es lo que están haciendo, y aceptarlo.

-Por Dani Fernán-